miércoles, febrero 22, 2006

Wish you were here

Soy un ser de la noche. Soy La Laguna, compartimos la misma humedad. Grapelli vino a mí antes de morirse, arropó mi cama y alineó su violín de luna entre mis apuntes. Hace tiempo que ocurrió el milagro, il faut des temps, yo que sé. Ahora escucho a Pink Floyd, y busco tus ojos que los sé apostados en la niebla. Tus ojos, tu piel, tus tetas, tu cuerpo: lo busco todo. Remember when you were young,...,shine on your crazy diamond. Recuerda, recuerda, acabas de verme, pero recuerda. Hazlo así: la mano derecha enrollada en tu cuello, en la izquierda un cigarro, los ojos cerrados.
Mi lenguaje es de átomos, un cuento es un átomo narrando los sucesos, siempre prodigiosos, que viven en otros átomos. La realidad es el triunfo momentáneo de unas ondas sobre otras. Cómo llamarlas oscuras a las vencidas, si atesoran todo lo que puede ser. Recuerda, hace ya horas, recuerda si hubo relámpagos o si entreabriste la boca.
(Cuento: él la ve por la calle. Hace frío. Están lejos. Él quiere que ella lo mire. Es tan bella. De repente, con infinita habilidad, él lanza sus ojos tras sus pasos. Un ojo le cae en los hombros, el otro logra asirse a su abrigo. Es muy tierno observar la escalada del ojo hacia la cumbre-cuello, con sus patitas de sal. Ella los acurruca entre sus manos, un acto hermoso, sagrado. Unas manos de diosa meciendo unos ojos verdes. Ella se acerca a él y dice: “toma”. Él acerca sus manos a las suyas, y por un momento sólo existe en el mundo la piel de ella, de la diosa que camina en el frío y acoge ojos. Él siente como un vacío en la sangre, como si hubiera sido llamada, o atraída, o libada. Es la primera vez, no deja de mirarla, su olor es una llave antigua que abre puertas de hierro altas y oscuras. Es la luz, y un deseo de bocas. Él le dice: “no te vayas”).
How, how I wish you were here

martes, febrero 21, 2006

Luz

Te conocí en la terraza del café Bogart. LLevabas en la mano derecha una bandeja colmada de vasos. Vestías un pantalón negro ceñido y una camisa blanca y supe que allí, en la terraza, había una silla para mí. Esa es la primera imagen que tuve de ti: cimbreándote como una rama, leve, de pasos precisos, con los ojos lejos (seguramente en el mar, o en Orión, o en diez años antes); y yo estoy en esa imagen, como si un viento me arrastrara a las sillas.
Te acercaste y de una sola acometida aseaste la mesa. Me miraste. De tus orejas colgaban lunas. Me hablaste.
- ¿Qué va a tomar el señor?
Te respondí que un café, cortado, y un vaso de agua. Y tú mientras tanto dejaste como un olor a madera en el aire que me tocaba respirar.Créeme, en ese primer encuentro adiviné los paraisos de tu boca. Recordé (esto te suena a locura)cuando fui saliva y era feliz rezumándome en cualquier lugar de tu lengua, rompiéndome en burbujas, dejándome caer. Todas las formas que construí allá en tu boca eran ajenas a otras: sólo en tu boca pude crearlas. Te quise ya, recuerdo que te quise. Espeso y blanco como era te quise, y eso lo tengo en la memoria.Me serviste el café y te reclamé, reuniendo toda la dulzura, el vaso de agua: et le verre d'eau? Recordaríamos más adelante el pequeño espanto de tus ojos al escuchar mi francés fañoso y elemental. Nunca te confesé que fue mi manera de significarme en tí, para que empezaras a no olvidarme, algo como un ligero rasguño en la continuidad del día.
Yo era el que bajó del bus todo manchado de gris, pero no era del todo yo en la terraza del Bogart. De alguna manera se me llegó sin aviso tus pasos entre las mesas, tus ojos afilados y grandes y tus manos hablándole a los vasos. Luego vinieron días en que comprendí la magia de tus manos, calientes como pan en la mañana, pero te estoy hablando ahora de la primera vez que te ví, los dibujos de tu cuerpo en el aire, la boca llena de agua, y todos esos relámpagos.
Estos estremecimientos, benditos, me llevaban una y otra tarde a dar contigo. Me acercaba a la barra y te pedía el periódico, sólo para ver ese milagro de luz del otro lado.

sábado, febrero 18, 2006

Non legor, non legar

Amo el abismo, la inabarcable sima donde todo ser viene a romperse en pedazos. Se agarrarán con sus uñas a los muros el miedo y la rutina que envejece, pero habrá que buscar en el aire las ganas de gritar, la deserción, las miradas.
Amo los ojos encendidos, las bocas abiertas que presienten la dulce, la tierna, llamada del sexo.
Non legor, y abrazo a mi soledad como si fuera mi amante, y dispongo mi sangre en las rendijas de la luna, en este y otros océanos, porque no puedo vivir sin la llegada tuya, mujer de piel de fruta, que todo lo derrites con tu sexo.
Tan seguro como que no habré de verte es el tiempo de la llegada de las caderas, de una cítara y de monedas de cobre acompañando a tu baile.
Yo soy alas, amo las alas batiendo cualquier espacio, ellas son el milagro que empieza en el alba. Un cielo violeta, unas manos-cuenco para que mi sexo renazca de nuevo; unas manos-deseo, una boca con olor a viento.
No, non legar, este es el destino de los hombres que lanzan botellas al mar.

El monstruo del café ( Final )

Yo era un animal asustado que llevaba la piel erizada; allí estaba yo, desnudo, moreno, con los ojos asomados a mis manos. Quise mirar hacia mis pies, y algo se me volcó en el estómago cuando asistí al rito del agua roja en la suave, dulce, conquista de mis dedos. De repente todo se me hizo triste, pero sentí que todo el horizonte era mío, desde las alas que allá a lo lejos agitaban la luz hasta el murmullo de musgos, oscuros bajo mis pasos. Entendí que el río era el camino, la ruta, el paso, y fue que así me entregué a su desmesura.
Me hice niño, y vi a mi madre colocando una figurita marcada de pobreza en la descarnada tristeza de un mueble, jugué con el sol a descubrir el mundo. Ahora, mecido por este sabio animal rojo, comprendí que no soy otra cosa que ojos, desde la infinita luna de mi madre hasta las manos que hoy agotan los lápices.

Ahora puedo contarte, ahora sé. Ahora sé. Un dios nunca descrito, ajeno a los libros y a las bocas de los hombres, fue convocado. Quizás la forma en que la luz se desbordaba en el vaso, o la precisión de las gotas sobre el plato, llamó al dios moreno del café, el monstruo bueno, el olvidado, y me hizo regresar a la tibia mañana en que, con la cafetera al fuego, supo mi madre decir mi nombre con su mirada, y ya nada fue turbio.

Ahora quiero que vengas, yo ví tus ojos antes del milagro, como un sol entre mis manos. Ven al quiosco, pide un café, agita la cuchara.

sábado, febrero 11, 2006

El monstruo del café II (La memoria como un río)


Hoy, cuatro de Enero, veintitrés días después de aquel suceso, me encuentro en condiciones de relatarte lo que tan hondamente viví. Conoces todas mis rutinas, ese enssamble de pequeñas y apreciadas costumbres que adormece los impulsos de romper con todo.
Compré el periódico como tantas otras veces, y lo extendí sobre la mesa que suelo ocupar; junto a él un cortado, la pequeña cuchara en el plato, mi mano derecha amarrada dulcemente al vaso. La luz nacía de los árboles, y algunos rayos sueltos querían agolparse entre mis dedos, con la feliz anarquía de las cosas elementales. Ya sabes que me gusta mirar la periferia, la voz volcada en otras ondas, las rendijas donde el azar fabrica los sucesos, la subvida.
Lo extraordinario fue, créeme, ver asomar tus ojos desde el borde del vaso. Mis dedos en la cuchara eran el horizonte, y allí estaban tus ojos, grandes, como un milagro del agua.
A partir de ahí empezó todo. Es como si el tiempo se hubiera ido del quiosco. Noté las curvas del aire, noté saltos de luz: partes del espacio se me hacían transparentes y otras zonas eran tan oscuras que era imposible distinguir reflejo alguno.
Cerré los ojos. El caos de luces y sombras fue conformando siluetas. Así fue como me ví desnudo en un paisaje feroz, salvaje, bellísimo. Respiraba niebla, pero todo era diáfano: a mis pies serpenteaba un río de aguas rojas y oscuras.

martes, febrero 07, 2006

El monstruo del café (I)


Acércate al quiosco a eso de las once para que confirmes lo que aquí voy a contarte. Ocupa una mesa de la parte techada, tómate algo. Condúcete como si no esperaras nada, pide la prensa, acomódate, saluda a los conocidos. Es fundamental que sigas las instrucciones: no muestres ansiedad, no estés en guardia. Te lo repito: es un día normal, tú te encuentras en un día normal, el mismo sol, la misma gente, el mismo color en todo. Sólo así es posible que asistas a ese milagro del café que yo tuve la fortuna de presenciar, esa entrada en el aire de aromas curtidos, la geometría fugaz que se produce ante tus ojos cuando un azar de líneas rojas juega a desvanecerse.
Quiero que tú también lo vivas. Hazme caso y déjate caer por el quiosco. No eludiré la tarea de explicartelo todo, escribiré sobre un papel los detalles que se me hagan visibles y apuntaré entre paréntesis las sensaciones que turbaron mi sangre, la conciencia de rotura en el estómago, esa escondida certeza de que algo importante se ha rasgado (me inclino a pensar que la continuidad del día, algo pegado al espacio y al tiempo) y que por esas heridas entra como un tren o como un oceano voces que ya nacieron sin sentido y que corren como ondas a este lado, caras afiladas y de gestos extremos que giran y se vuelven nueces, sombras que evitan ser vistas y se ocultan en el aire; y sobre todo un olor espeso y mineral, como jugo, o árboles de otro tiempo, o tierra de un país en la niebla.
Me sentaré contigo y me arrancaré a contártelo todo. Ya sabes que me atropello y balbuceo, pero tú me lees en los ojos y en los gestos. Pero no me digas que no y pierde una mañana en el quiosco: dáme la posibilidad de que para siempre te quedes conmigo.