martes, febrero 12, 2008

Chat (otros fragmentos)

Los nicks. Los nombres. Todos los nombres. Ésa fue mi tarea en mi primera visita a la sala. Recuerdo que cuando ella vino yo ya había finalizado mi trabajo. Pidió turno para la música y entonces me pregunté por la razón de esperarla, si yo nada buscaba, si todo lo que planeé para esa noche ya lo había realizado. Pero ese nombre elegido, lanzándome sus misterios, esa habilidad para las palabras justas, esa distancia que al momento crecía para alejar a los demás.
Era tarde, y yo no quise irme. Noté que el silencio iba ganando la sala, aunque siguieran sucediéndose los gritos de las palabras grandes sobre la sábana blanca de la ventana. Entonces me levanté, antes de que ella iniciara la música, para orinar y traerme agua de la cocina. Pensé en sus manos, moviéndose entre las teclas de su máquina, y después imaginé su cuarto temblando en la penumbra. Bajé la luz del flexo, me acomodé en la silla y fumé despacio. Ella por fin ocupó el audio, y yo tuve para mí que su nick era un mensaje de calma, un modo de llamarse que no era de este mundo de traiciones y mentiras fáciles. Cerré los ojos, sé que en la ventana blanca de la sala las nubes se cerraron y se disparó la tormenta. Entró en mi casa, como relámpagos, los lúcidos sonidos de wish you were here, se calmó mi espíritu, descansaron mis ojos. Tuve una visión de pájaros planeando en remolinos lentos, un cielo ardiendo, ojos que brillan entre los árboles. Allá abajo, en la sala simple, seguirían las pendencias y las ansias de destacar. Yo estaba allí, pero no estaba, yo era unas letras inquietas asomándose a la esquina para ver el milagro de los rayos rojos sobre el desierto blanco.
Sólo yo comprendí el hechizo, los demás se consumían en su mundo pequeño. Pensé que no tener el don de entrever la magia debe de ser uno de los descubrimientos más tristes en la vida. La magia de las extrañas danzas del humo en el aire, por ejemplo. O esta otra magia seductora que una mujer sin lugar vertía en la sala. Il pluit à verses, me dije, como si de repente abundaran los árboles y no pudiera verlos entre la niebla. Y además las guitarras del cielo, y voces que cantan la tristeza de los trenes.
Yo renegué. Infrigí mis reglas. Apagué el cigarrillo y con mis manos calientes abracé el ratón y dirigí el puntero hasta su nombre. Pulsé el botón derecho y elegí enviar mensaje. Y entonces otra vez los silenciosos rastros de la magia. Mi nombre y el suyo reunidos y un papel inacabable para medirnos, para encontrarnos. Escribí: el aire de mi casa se ha vuelto rojo. Me respondió enseguida: vine para llevarme tu cordura