viernes, diciembre 28, 2007

Chat (separata)

Son las redes del álgebra. Nos reúnen miriadas de impulsos que atraviesan el caos. Cuando te escribo te quiero todo en mi casa descansa entre las manos de la noche. Los libros yacen con sus páginas abiertas, las sombras se elevan en las paredes. Mis palabras, cargadas de silencio y penumbra, reciben al instante la luz de tus cosas, esas cosas tuyas que te rodean cuando te sientas a la mesa de la pc. Allá donde estés acontece la tarde, y yo nunca entenderé esta difícil geografía que une mis dedos manchados de madrugada con el calor que se agolpa en las ventanas de tu pieza. Es a la vez mi voz serena y el ruido de los niños que juegan en tu acera, la hermosa llama de mi flexo y el cielo que se refleja en tus espejos. Tan súbito todo, mi amor. Me convenzo entonces de que el tiempo es mentira, no pasa ni se olvida, ni siquiera se detiene. Sólo hay luz y oscuridad infinita, sol y caminos para los ojos, gritos y miedo para las manos que palpan la tierra. Yo imagino las palabras que te envío como trozos calientes de la noche, como si impulsar las teclas fuera lo mismo que rasgar el silencio de mi cuarto, un poco como desmenuzarlo para que entre sin esfuerzo en el pequeño rectángulo donde nos hablamos. Es así como estas criaturas que viven en la penumbra llegan hasta ti, hasta tu tierra que hierve y resplandece como la sal que queda entre las piedras. Cuando te escribo, entonces, debes notar más peso en las palabras, un lastre como de helechos y madrigueras bajo la tierra. Aquí también me llegan las marcas elementales del lado en el que estás; me llega la terrible fuerza de la luz, lo que ven tus ojos, el frenesí de tus músculos despiertos. Esto que hacemos, esta manera de amarnos, no deja de ser un peligroso sacrilegio. Me encanta construir desde la sencillez. Yo creo que el día debe morir con el día, del mismo modo que la noche avanza hasta encontrarse con esa tierra de nadie donde se miran extraños los primeros rayos y las sombras que violentaron las murallas.

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