viernes, marzo 31, 2006

Una palabra tuya

Debió de ser en la tarde oscura:
hice como que no la ví,
pero arrullada en las rendijas
una palabra tuya quiso quedarse

Construyó su cama en la callada pieza
donde almaceno los libros y los discos,
allí dobló su ropa y su armadura
y revolvió sus ojos como un baile de hojas

Ahora se enredan en cada esquina
el mundo que antes era mío
y la aglomeración de espejos
que tu palabra produce:
nacen lianas en las escaleras
y hay algo más allá de la cocina

A la hora del beso abro la puerta
y lloro con el mundo del otro lado:
animales pequeños, vientos pequeños,
luces de uno a otro ladrillo.

Vino tu palabra a mi casa
como un mordisco de primavera,
como una rosa que no presagia ciudades.

sábado, marzo 11, 2006

Ciudad Juárez

Nunca he estado en Ciudad Juárez, pero no sé que trampas del tiempo hacen que se me vengan los recuerdos de esa ciudad caliente. No quiero pensar por qué son como mías sus calles, su luz, su tierra; me gustan sus recuerdos.
Es duro saber que los malos de nuestra infancia no se extinguieron en las profundas calimas que azotaron solares, barrancos y esquinas donde la lluvia disfrazaba a los boliches; pantalones cortos, en cuclillas, guá, chiringas hermosas como rayos. Uno pensaba, allí, que los malos fueron definitivamente vencidos, olvidados, oscurecidos.
Pero ocurre que no descansan, trasladan sus pesadillas y su maquinaria, como un circo de sangre.
Y ahora están allí, para matar, en esta ciudad que me ahoga en sus recuerdos. Apagan la vida de las mujeres de Ciudad Juárez, y derraman acero las risas de estos puros machos, pederastas, asesinos, miserables.
En esta parte del mundo no venció la infancia. Los juguetes pobres siempre amanecen rotos. Tu madre no habrá de besarte, mi triste chavo, la mataron.
¿Cuánta sangre vertida se requiere para que el cielo se rasgue? ¿Cuántos ojos secos?¿Cuánta tristeza se debe sorportar?
Habré de regresar a Ciudad Juárez, aunque nunca haya ido, y seré el profeta del retorno de todas las infancias.
Cuánto dolor. Cuánto dolor.