sábado, marzo 11, 2006

Ciudad Juárez

Nunca he estado en Ciudad Juárez, pero no sé que trampas del tiempo hacen que se me vengan los recuerdos de esa ciudad caliente. No quiero pensar por qué son como mías sus calles, su luz, su tierra; me gustan sus recuerdos.
Es duro saber que los malos de nuestra infancia no se extinguieron en las profundas calimas que azotaron solares, barrancos y esquinas donde la lluvia disfrazaba a los boliches; pantalones cortos, en cuclillas, guá, chiringas hermosas como rayos. Uno pensaba, allí, que los malos fueron definitivamente vencidos, olvidados, oscurecidos.
Pero ocurre que no descansan, trasladan sus pesadillas y su maquinaria, como un circo de sangre.
Y ahora están allí, para matar, en esta ciudad que me ahoga en sus recuerdos. Apagan la vida de las mujeres de Ciudad Juárez, y derraman acero las risas de estos puros machos, pederastas, asesinos, miserables.
En esta parte del mundo no venció la infancia. Los juguetes pobres siempre amanecen rotos. Tu madre no habrá de besarte, mi triste chavo, la mataron.
¿Cuánta sangre vertida se requiere para que el cielo se rasgue? ¿Cuántos ojos secos?¿Cuánta tristeza se debe sorportar?
Habré de regresar a Ciudad Juárez, aunque nunca haya ido, y seré el profeta del retorno de todas las infancias.
Cuánto dolor. Cuánto dolor.

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