sábado, febrero 18, 2006

El monstruo del café ( Final )

Yo era un animal asustado que llevaba la piel erizada; allí estaba yo, desnudo, moreno, con los ojos asomados a mis manos. Quise mirar hacia mis pies, y algo se me volcó en el estómago cuando asistí al rito del agua roja en la suave, dulce, conquista de mis dedos. De repente todo se me hizo triste, pero sentí que todo el horizonte era mío, desde las alas que allá a lo lejos agitaban la luz hasta el murmullo de musgos, oscuros bajo mis pasos. Entendí que el río era el camino, la ruta, el paso, y fue que así me entregué a su desmesura.
Me hice niño, y vi a mi madre colocando una figurita marcada de pobreza en la descarnada tristeza de un mueble, jugué con el sol a descubrir el mundo. Ahora, mecido por este sabio animal rojo, comprendí que no soy otra cosa que ojos, desde la infinita luna de mi madre hasta las manos que hoy agotan los lápices.

Ahora puedo contarte, ahora sé. Ahora sé. Un dios nunca descrito, ajeno a los libros y a las bocas de los hombres, fue convocado. Quizás la forma en que la luz se desbordaba en el vaso, o la precisión de las gotas sobre el plato, llamó al dios moreno del café, el monstruo bueno, el olvidado, y me hizo regresar a la tibia mañana en que, con la cafetera al fuego, supo mi madre decir mi nombre con su mirada, y ya nada fue turbio.

Ahora quiero que vengas, yo ví tus ojos antes del milagro, como un sol entre mis manos. Ven al quiosco, pide un café, agita la cuchara.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Me gustaría dar exactamente el mismo número de vueltas a mi café...

11:41 a. m.  

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