viernes, marzo 02, 2007

Diosa del fuego

Para tí. Ya no te olvidaré.

No sé dónde se hallaba la línea. No importa en qué lugar el tiempo marcó su frontera, en qué momento la eludí, sobrevolándola como si fuera un águila y tú fueras la hoguera donde todo crepita, donde todo se reúne y luego se disgrega en el aire y en la noche. No había nada, no ví marcas que avisaran del peligro, sólo la luz tuya que caía sobre mí como si fuera lluvia roja, sólo era tu voz llevándome por el camino. A lo mejor la línea era el vértigo de verte allá abajo, primero como una pequeña bola de fuego y después como si fueras la luna, disparándote, destrozando la oscuridad con tus hermosos ojos de fuego, brotando desde ti el verde de las plantas, la furia de las tormentas, el calor de la tierra. Eras allí, viéndote como te ví con tantos rayos, tan hermosa. Tenías la magia de convertirte en un laberinto de cajas que ocultan otras cajas. Es imposible saber cuántas no alcancé a abrir, porque ahora sé que eres como niebla infinita, eres todas las luces de la mañana, todas las alas que se agitan en el cielo, eres todos los destinos de una pequeña piedra en un río. Tú dejabas que yo fuera destapando cajas y más cajas, la caja de tu piel, la caja de tus manos para que tus dedos amaran a mis dedos, la peligrosa caja de tus ojos para que para siempre te vea en todas las cosas, la caja de tus caderas rindiendo a mis músculos, la caja de tu boca, la dulzura de tu lengua derramando entre mis dientes el agua de tus hierbas secretas, para amarrarme a ti, para quedarme herido.
No ví barreras ni señales, yo era como hojas que el viento levanta y deja caer sobre ti, en tu dominio tibio donde se elaboran las primaveras, donde se ordenan los solsticios y las fronteras del tiempo. ¿Por qué me elegiste? ¿Fue acaso por la tristeza con la que camino? ¿Es que sólo tú eres capaz de descubrir la soledad?
Tienes la frescura con que supo dotarte las artes antiguas del fuego. Eres su última estrategia para embriagar a los hombres. Comprendo ahora, después de beber la saliva con que llenaste mi boca, el por qué del tacto de hojas tiernas de tu cabello, ahora entiendo la presencia de hibiscos cuando me mirabas, la sensación de estar inundado de fresas cuando mis dedos jugaban con tu cuello. Tú sabes que en aquel momento te quise, aunque yo nunca podré abarcarte. Tú eres una diosa. Yo desprecié el peligro de descubrirte, aprenderé a vivir sin la dulzura roja de tus soles de fuego. Pero qué importan las heridas, tuve tu boca.

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