miércoles, mayo 10, 2006

Cartas desde Cincinnati (fragmento)

Esperas carta desde Cincinnati, y allí no conoces a nadie. No hay negro llamado Ray Benson que pueda escribirte. Tu calle y tu número no habrá nadie, jamás, que los descubra. No hay granjero con la cara roja, ni prestamista ni camarera que sepa que existes. No eres destinatario de algo escrito por un hombre o mujer de Sherman Avenue, no hay cartas extraviadas en ningún camino de Elmwood Place.

Pero yo, y cualquiera de esta raza de locos, puede comprenderte. Eres el que nació para esperar cartas imposibles desde Cincinnati. Y si te hubiese llegado no lo haría en horas de oficina, ni la habrías de encontrar en el buzón contiguo a la familia Sánchez. Oirías como una pequeña violencia bajo la puerta, un tap de un dedo que la impulsaría hacia tus cosas. Si te hubiese llegado habrías tenido que agacharte con tu torpeza de whisky, para luego iniciarse el desdoblamiento de tu estómago mientras tomas el abrecartas. Así te llegaría la carta, tú disparando luz, y voces en la radio.

¿En qué consiste todo esto? ¿Para qué vivimos? Yo realizo inventario procurando aproximarte. Para que ya dejes de morirte, como es lógico. Te me has muerto unas cuantas veces, y en mis sueños dejo que me hables y me hables, para que no percibas las cuencas vacías y que yaces desangrado. Saltas de mis sueños a la penumbra de la casa con esa extraña habilidad que tienen los muertos. Sé que andas en los pasillos por ese olor a colonias antiguas y a lilimento de barberías.

Una vez te ví con tus manos en el vidrio de la ventana. No dabas con el método de abrirla, y entonces te giraste y te encontraste con mis ojos. Inclinaste amargamente la cabeza, lleno de derrota. No te arrugues nunca. Sobre todo no te me vengas vencido, no me mires vencido, porque no lo soportaría. Tú eres el que me hizo desde tu apabullante tristeza. No te caigas aquí, delante de mí.

Con el paso del tiempo he aprendido a encontrar las trampas de tu presencia: el periódico abierto en una página distinta, agua en el lavamanos, un picaporte anormalmente tibio, un libro en la cocina, un ruido de más en la escalera.
Hace dos mañanas apareció tu huella más reciente. Mientras tomaba café encontré una nota tuya, anclada a la nevera bajo el imán de cerezas. La abrí. Con tu hermosa caligrafía, tan sólo una pregunta: “¿Ha llegado carta de Cincinnati?”

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